sábado, 20 de octubre de 2012

Ven, hijo, y mira

– Mira, papá, te presento a Tony – pausa – ya sabes...mi amigo.

– ¡Hola, Tony – trago de saliva – bienvenido a mi casa!

Los tres estamos un poco nerviosos. Mi hijo, con sus dieciocho años recién cumplidos, su “amigo”, un chico andaluz de veintidós, y yo mismo, un cincuentón que ya no espera nada de la vida.
Hace apenas dos meses, la noticia cayó como una bomba sobre mí:

– “Papá...me gustan los chicos. Soy gay. Ahora ya lo sabes. Además...tengo novio”. Lo dijo todo de carrerilla, como el que suelta una parrafada después de haberla ensayado muchas veces.
Lo que tanto había temido, lo que siempre había formado parte de mis pesadillas, acababa de ser confirmado, sin ningún género de dudas, por el propio interesado.

El corazón se desbocaba en mi pecho. Durante unos instantes quedé mudo, sobrecogido, sintiendo una cosa muy extraña recorriendo mi cuerpo. Y, a la vez, una agradable excitación...seguida de una gran paz.
– Muy bien – la voz me salió gargajosa, como si mi garganta quisiese arrastrar fuera de ella el miedo que me estuvo atenazando el alma durante dieciocho años, y que, inexplicablemente, acababa de desaparecer como por ensalmo.

– ¿Muy bien? – mi hijo quedó sorprendido, casi tan sorprendido como yo mismo.
– Sí, muy bien – con la garganta aclarada, ahora, mi voz, salía suave, nítida, tranquila– ¿Porqué me había de parecer mal...? – el final de la frase quedó en el aire.

– Pues...yo que sé, papá ; pero me figuraba...
– Sí, te entiendo. Imagino lo que te figurabas; pero es que quiero que sepas una cosa...
– ¿ ...?
– ...a mí también me gustan los hombres.
– ¡No jodas, papá!
– ¡Eso mismo es lo que quisiera yo, hijo, JODER!

Pero no. Joder, lo que se dice joder, solamente había podido hacerlo con un muchacho de ojos verdes, con correprisas y rodeado de gatos. Pero aquello era otra historia.

Por lo menos, aquellas confesiones recíprocas habían servido para unirnos de una forma casi inexplicable. Mi hijo pequeño había pasado de ser un tierno infante... a un adulto con ganas de sexo inacabables. Igual que su padre, claro está. Ya se sabe que “De tal palo...” La diferencia estribaba en que mi chico podía, y puede, elegir pareja entre un elenco inacabable de mozos y mocitos de los de quitarse el sombrero, y un servidor, a pesar de haberse admitido ante sí mismo (de una vez por todas) sus deseos sexuales, pues no dejaba de seguir siendo un señor con muchas ganas de polla, pero con muy pocas posiblidades de tenerla.

Pues en esas estamos cuando mi nene se ha dejado caer por casa con su novio. Un novio al que ha conocido por Internet, venido directamente desde Málaga para intercambiar románticos arrullos y fluidos corporales con mi vástago.

Miro, con cargo de conciencia, el culo de Tony mientras suben las escaleras. Es majete el muchacho. Morenito, veintidós años, cachas, ojos levemente achinados. Un auténtico bombón. Quizá le falta un pelín de estatura, sobre todo cuando está junto a mi nene, que debe rondar el 1,86. Por cierto que mi hijo se ve esplendoroso. El pelo, de color castaño claro, se lo ha decolorado con unas mechas rubias que le sientan estupendamente. Ahora que está más cuajado, más...hombre, su boca grande y con labios sensualmente gordezuelos, contrasta con la nariz levemente respingona y con unos ojos marrones (por los que nunca me perdonará) idénticos a los míos. No me extraña que su amigo beba los vientos por él.

– ¿Tenéis...de “todo”? – hago mi pregunta a la par que les muestro una caja de preservativos que he comprado ex–profeso en el Mercadona de la esquina.

– ¡Sí papá! –en su voz noto un ápice de disgusto, como si realmente me quisiese decir:”¡No te metas donde no te importa!”.
– ¡Vale, vale! – y me doy la vuelta musitando por lo bajo “Perdona”, pero él cambia de opinión y me toma del brazo para detenerme.
– De todas formas...dame. Igual éste (risa por lo bajo) viene con ganas de mucha marcha.

Mi mujer está de viaje, así que en la casa estamos solos los tres. Los estoy tratando a cuerpo de rey. Tengo una desazón en la boca del estómago que me hace estar intranquilo, como un animal enjaulado.
Por un lado soy feliz, sabiendo que mi hijo está disfrutando, o va a disfrutar dentro de unas horas, de lo que yo nunca pude ...¡y ,además ,bajo el mismo techo que su familia!. Por otro, lloro por mí mismo, por todo lo que no he podido hacer, o no me he dejado hacer. Me siento viejo, me siento triste, me siento...con ganas de morir.

Las horas transcurren como un calvario para mí. En medio de la noche, totalmente a oscuras, me deslizo pasillo adelante hasta llegar a la puerta de la alcoba de mi hijo. Pego el oido a la puerta. Oigo las risas apagadas, el ruido de los muelles, los gemidos...
– ¡Animal, no me los cojas así, que me haces daño!
– ¡Calla, quejica! ¿Cómo quieres que te los toque...así?
– ¡Sí, sí...así, así! ¡Con la boca, con la lengua! ¡Mmmmmmm!

Tengo la polla dura, muy dura. Casi sin darme cuenta me la saco por la bragueta del pijama y comienzo a meneármela. A la mente me viene una escena que vi en una película porno gay : “Hotel Italia” de Lukas Kazán, en la que un padre espía a su hijo y a su amigo de la misma forma que estoy haciendo yo ahora. ¡Cuantas pajas me había hecho mirando aquél trozo de película! Y ahora, ahora...lo tengo aquí mismo, viviéndolo en vivo y en directo.

Los ruidos se hacen más significativos. Creo que es mi hijo el que está ejerciendo de activo, aunque supongo (y espero) que sea versátil para que pueda disfrutar con todo.

Marcho hacia mi dormitorio. En mi mente rebullen las imágenes del morenito cabalgado por el rubio. De sus bocas hambrientas de sexo y semen. De sus pieles tersas. De sus cuerpos bellos, jóvenes y lampiños...
Lloro sobre la almohada. Es tanto el deseo insatisfecho que tengo en mi alma, que–en un arrebato–enciendo la luz y tomo el móvil que hay sobre la mesilla de noche. Tecleo un mensaje y lo envío sin pensar siquiera lo que estoy haciendo.

– “ Tony, me encantaría verte en pelotas.–¿Podría ser?”. Y firmo : “Paterbond”.

Me arrepiento en el mismo instante de haberlo hecho. ¿Qué ocurrirá ahora? ¿Cómo reaccionará el destinatatrio...y mi hijo? Porque se lo he enviado, nada más ni nada menos, que a Tony. Este chico que me tiene obsesionado desde que lo he visto. El saber que es gay, el saber que –supuestamente–estará curado de espantos, el saber que es mayor de edad...todo hace que tenga yo un cacao mental de mucho cuidado, y que me haga pensar (y creer) que todo el monte es orégano. Tener a un jovencito al que le gustan los hombres, guapo, simpático, casi de la familia...aquí, al alcance de la mano. Tantos años ocultándome, tantos años sin poder decir, sin poder expresar lo que realmente siento...Este mensaje ha sido como una explosión, como una liberación, y, a la vez, como una segura condena.

Tengo toda la madrugada (insomne) por delante para pensar, para ilusionarme, para temer. Igual al chico le da morbo la cosa, y no tiene inconveniente en dejarme que le vea en porretas. Al fin y al cabo ¿qué importancia tiene? Por otra...¿y si se lo dice a mi hijo? Entonces ya la tenemos liada, y lo comprendo. ¡Mira que atreverme a pedirle una cosa así a mi propio “yerno”!

Finalmente me duermo.

Despierto y oigo ruidos en el baño. Seguro que se están duchando juntos. Pero no, juntos, no, porque alguien trastea abajo en la cocina, puesto que he oido la puerta del frigorífico. Corro hacia la alcoba desierta. Todo está revuelto, como si hubiesen librado una batalla campal. Sobre la mesilla, varios klinex usados. Los tomo, los miro, los huelo...No hay duda. Deben haberse corrido varias veces. Ya tengo el nabo a reventar. En un rebujo, a los pies de la cama, veo unos calzoncillos calvin klein que no conozco. Seguro que son de Tony. Los tomo con manos temblorosas. Todavía están tibios. Me los acerco a la nariz, inspiro hondo...
Cierro los ojos y comienzo a masturbarme. Me quito los pantalones del pijama y me pongo los slips usados de Tony. Vuelvo a acariciarme. Mmmmmm. No quiero abrir los ojos. Pienso en que mis pelotas están cobijadas por la misma tela que ha cubierto los gordos testículos de mi “yerno”. Porque estoy seguro –el paquete del jean era muy revelador –de que el muchacho gasta una talla abundante de genitales.Quiero sumirme en una fantasía en la que un chico joven me desea, en la que pueda darle a alguien todo lo que llevo dentro. La verga me hace daño. No oigo siquiera la puerta del baño que se abre. Froto mi polla utilizando la tela del calzón de mi yerno. Pienso en su cuerpo musculado, en su sonrisa de duendecillo travieso, en su pelo moreno y en sus ojos algo tristes. Me derrito. Saco mi cipote por un lado del slip para terminar la paja a mano plena. Sale la leche en un largo surtidor, justo en el momento que la voz de mi hijo resuena como un escopetazo:

– ¡¡Papá!! –y luego, dirigiéndose a su novio que me mira alucinado, añade: No le hagas caso...ya te he dicho que está loco! – y con un gesto despectivo bebe un trago de la cocacola que lleva en la mano.
Y sí. En eso lleva razón mi nene. Yo también creo que estoy loco. Pero no quiero volverme cuerdo, porque en esta locura he encontrado la parte de mi vida que siempre eché en falta.
Dudo en quitarme el calzoncillo de Tony, pero no puedo aguantar la mirada acusadora de mi hijo y salgo zumbando hacia mi cuarto. Me encierro. A los pocos minutos oigo un portazo. Se van. La calentura ya pasó. Queda el arrepentimiento, la vergüenza. Las lágrimas.
Paso el día como un zombi. Finalmente oigo pasos en la calle, el ruido del cerrojo, risas apagadas.
Me encojo bajo las sábanas.

Cinco, cuatro, tres, dos, uno...
– ¡Papá, quiero hablar contigo!
– Lo entiendo, hijo. Ya sé que no tengo perdón, pero es que yo...
– ¿Lo dices por lo de antes?. La verdad es que eres un cabroncete.
– Bueno, por lo de antes...y por lo del mensaje de teléfono...
– Ya. La verdad es que estás como una cabra, papá.
– Perdona, hijo, perdona. Yo...nunca más. Lo siento, lo siento. No sabes cuanto lo siento.
– ¡Vale, vale, no te pongas melodramático!. Precisamente lo que quiero hablar contigo está relacionado con esas ganas que, según parece, tienes de ver o estar con Tony.
– ¿Me va a dejar verle en pelotas?– lo digo casi en un susurro, sin atreverme a ilusionarme demasiado. Seguro que los ojos me brillan de felicidad.

– ¿En pelotas? ¡Lo que queremos es que le enseñes a follar!
– ¿Qqqqqqqqué me dices? –la saliva no quiere bajarme por el papel de lija que es mi garganta.
– Pues éso, papá: que hace falta que le des a mi amigo un cursillo acelerado de folleteo entre tíos. Mejor dicho: hace falta que nos lo des a los dos.
– Explícate, hijo, porque no entiendo nada.
Mi hijo hace un gesto de resignación y se sienta a los pies de mi cama. Luego, como si se dirigiese a alguien medio tontito, me cuenta de una parrafada lo que han pensado.

– Tony y yo estamos verdes en esto del contacto cuerpo a cuerpo. Él creía que yo tenía experiencia, y viceversa. El caso es que ninguno de los dos sabemos más allá de las consabidas pajas y alguna esporádica mamada. Pero follar, lo que se dice follar, nada de nada. Esta noche pasada lo hemos pasado pipa, porque era la primera vez que estábamos juntos en una cama; pero no ha habido forma de pasar a mayores. Además, tenemos dos pequeños inconvenientes: uno, que Tony tiene una especie de neura que le impide mostrar su cuerpo a plena luz si está practicando sexo. Y el otro problema lo tengo yo mismo. Simple y llanamente...no puedo correrme.

– ¿Que no...?
– Ni más, ni menos, papá. Nunca he podido eyacular. Me pajeo, me la maman, me manosean y todo lo que tú quieras...pero no llego a tirar ni una gota de lefa.
– Vaya. Pues éso puede ser una enfermedad que se llama, se llama...
– ...anorgasmia. Ya lo he mirado por Internet. Y eso son los dos motivos por los que queremos que nos eches una mano.

– Pero...es que yo...
– ¿Acaso no te gusta Tony? –la pregunta va con recochineo.
– ¡Hombre, no es éso, pero es que...!– la cabeza del amigo asoma por la puerta. Seguramente quiere oir mejor mi respuesta. Lo miro de arriba abajo. Trago saliva. La sonrisa tímida de Tony me enciende, me pone a mil. Me entran unas ganas locas de morder esos labios gordezuelos, de besar esos párpados levemente achinados.

– ¿No le gusto...señor Pater? – y en su acento andaluz chispean las ganas de calentarme todavía más. Una mano, como al desgaire, se agarra el paquete.
– ¡Vale, vale! ¡ No se hable más! –quiero hacerme la víctima, pero se nota a la legua que no van por ahí los tiros– ¿Qué habéis pensado? ¿Cómo lo hacemos?

Y pronto acordamos las líneas maestras de la velada erótica. Lo primero y principal es que ninguno de los tres hemos tenido contactos de riesgo para padecer una enfermedad de transmisión sexual. No hacen falta, por esta vez, los preservativos. El paso siguiente es acordar las distintas fases del encuentro.

La idea es que Tony venga a mi cama. Una vez desnudo, con la luz apagada, quedará bajo mi mandato. Luego ya veremos la forma de que se acostumbre a que le vean en pelotas.
Por otro lado, mi hijo esperará fuera. Cuando la temperatura en la alcoba esté lo suficiente alta, justo antes de que empiece con mi clase magistral, entrará de observador, manteniéndose a la distancia que yo le ordene.

Me despojo del pijama lentamente. Oigo el sonido apagado de la ropa de Tony al caer al suelo. Se acerca a tientas y suelta una interjección al pegar con el pie desnudo contra la pata de la cama. Me rio por lo bajo. Abro los brazos hasta que siento contra mi pecho el latido de su pecho. Deslizo suavemente las manos por su piel. Piel casi adolescente. Piel de machito deseoso de ser montado.

Me acomodo sentado en la cama, la espalda contra el respaldo, los muslos abiertos para acoger entre ellos al muchacho andaluz. Pronto estamos unidos en un abrazo. Su columna vertebral apenas roza mi esternón, su rabadilla casi incrustada contra mis huevos. Está tenso, muy tenso. Hago que se apoye, que se relaje contra mí. Le susurro palabras tranquilizadoras, como si fuese un caballo purasangre aterrado. Beso su cuello, acaricio su torso fibrado. Me demoro en las tetillas erectas. La mano se me pierde vientre abajo. Llego a la ingle y noto el calor de los testículos gordezuelos. Espero unos segundos. Con la otra mano masajeo sus hombros. Lamo su oreja. Los musculos se destensan lentamente. Tomo la verga que late indecisa. Ahora se desparrama sobre mí, como si yo fuese la Pietá y él un Cristo recién bajado de la cruz. Rompo el silencio.

– Dime, Tony – mi voz es ronca con brillos de miel– ¿Desde cuando tienes fobia a tener sexo con la luz encendida?.
– Ummmmmm–se toma su tiempo para contestar–creo que desde siempre.
– ¿Cómo es posible? ¿Con quién tuviste tu primera relación sexual?
– Pues...–duda un tanto avergonzado–con...mi padre.
– Bien. No seré yo el que le ponga peros a una cosa que solo os afecta a vosotros.–me aclaro la garganta – Y...¿en qué consistían esas relaciones?
– Yo le hacía felaciones...con la luz apagada. Mientras, yo me masturbaba. Papá jamás consintió en que lo mirase, en que lo viese mientras le hacía las mamadas, así que me acostumbré a desahogarme a oscuras...y luego ya no pude adaptarme a tener ninguna relación placentera como no fuese a ciegas.
– Y...¿jamás, con nadie, intentaste solucionar esta fobia?

– La verdad es que no he tenido muchas oportunidades. Lo intenté un par de veces, pero no funcionó. Al final me encerré en mí mismo. Me pajeaba por las noches, en la cama...o cuando a papá le entraba el apretón y volvía bebido a casa. Me daba, y me sigue dando, un placer morboso el mamársela, aunque es como si se lo hiciese a un fantasma. Luego conocí a tu hijo en el chat, nos gustamos...y el resto ya lo sabes.
– Sí, ya lo sé. Bien, pues ha llegado la hora de que intentemos solucionar la primera parte del problema, o sea: tu fobia a la luz. Haremos lo siguiente: yo voy a ponerme sentado en la cama,con los pies en el suelo. Tú te pondrás de rodillas ante mí, sobre la alfombrilla, y quiero que me hagas exactamente lo mismo que le haces a tu padre.
– Vale.

Los siguientes segundos representan para mí un gozo innombrable. Tengo doblegado ante mí, como un penitente, a un veinteañero de carnes prietas y boca sabia que va a interpretar, exclusivamente para mi placer, un solo de flauta. Con el morbo añadido de que estará imaginando que la mamada se la hace a su padre. Yo y mi verga tomamos posiciones. Tony se coloca entre mis muslos y atrapa mi polla a tientas. Tiene una boca divina este muchacho. Divina, divina, divina. No sé quién cojones les dará lecciones a los adolescentes de ahora, pero la verdad es que parece que nacen enseñados para practicar mamadas sensacionales.
– Ggggñññññffffffff!– me dice sin que le entienda lo más mínimo.
– ¿Cómo diceeeeeessssss?– el gustirrinín ya está trepando columna arriba.
– ¡Gggggñññññffffff...padre! –
– Nada. Ni flores. Que no te entiennnnddoooooo.

Deja mi nabo al aire para decir:

– ¡Qué tienes la polla más gorda que mi padre! – y se lanza en picado contra el rabo abandonado.
La lengua ágil se introduce bajo la piel del prepucio. Se demora rodeando el glande, haciendo titilar la punta alrededor de la bellota. Luego succiona la carne sensible. Es un gozo incomparable. Va comiéndose la polla lentamente. Cada vez más dentro de su boca. Noto como trastea por la raja de mis nalgas. Un dedo húmedo pugna por penetrar mi agujero. Automáticamene cierro las compuertas, pero la yema sigue rotando, frotando, casi como un gato que restriega el lomo contra una puerta, maullando mientras espera que le abran. Finalmente me relajo. La cueva ya está abierta. El dedo se desliza en mi interior, mientras mi verga toca a rebato contra la campanilla de Tony.

Noto como se excita más y más. Avanzo sigilosamente la mano hacia la lamparilla de la mesita de noche. Doy con la ruedecita. La giro mínimamente. Un pelín de luz, apenas un destello, ilumina tenuemente la alcoba. Noto como una crispación en los labios de Tony. Pero luego sigue con la comida de mi polla como si en eso le fuese la vida.
Otra rosca más. Más luz. Nueva crispación. Ahora mi nabo ya llega hasta su garganta y más allá. Este chico es una joya mamando. Le acaricio el pelo. Le doy golpecitos en la cabeza. Levanto las caderas de vez en cuando, follando su boca de chuponcete.

Un último giro y la lámpara se enciende con todo su esplendor. Tony abre mucho los ojos, como cogido en falta. Me mira deslumbrado, como un angel caido ante su creador; pero yo me inclino, le tomo la barbilla con toda la suavidad del mundo, y deposito un cálido beso en sus labios embadurnados con mi precum.
Ha sido su toma de contacto con la realidad. Puede verme ante él, mirándole con amor, con la verga cabeceando dichosa por sus caricias. El sexo no es malo. No hay nada pecaminoso en disfrutar de él, sea como sea.
Lo atraigo hacia mí. Caemos sobre la cama, enlazados. Boca sobre boca, verga sobre verga, corazón en corazón. Su erección late contra mí. Esto es el triunfo de la luz sobre la oscuridad. Le doy un beso más profundo y luego digo en voz alta:

– ¡Nene! ¡Ya puedes entrar!
Entra mi hijo en la alcoba. Sonríe al ver a su amigo desnudo a plena luz. Y lo que es mejor: erecto.

– Papá, eres un genio. ¿Cómo has podido...?
– Eso no importa. Ahora debemos pasar a la segunda fase. Ven, hijo, y mira.

Tony está expuesto ante nosotros. Un Majo desnudo de carnes blancas y vellos negrísimos. Tiene una verga enorme. Descomunal. Casi me da miedo. Le hago levantar los muslos para que su ano quede en primer plano. La mejilla de mi hijo roza mi mejilla. Ambos atentos al espectáculo de un esfínter que comienza a boquear. Adelanto el cuello, saco la lengua, lamo...Tony gime.

– Ahora tú, hijo.– y me aparto lo imprescindible para que su lengua cálida de un largo repaso al agujero de su amigo.

El nabo del muchacho redobla como el palo de un tambor contra su vientre liso. Mientras mi hijo se aplica con el beso negro, aprovecho para devolverle a su amigo la mamada con la que acaba de gratificarme. El pollón apenas me cabe en la boca. Relajo los músculos de la garganta, abro la boca hasta el máximo y comienzo a tragarme el colosal falo.

Algo debe de tener de práctica mi hijo, porque ,sin advertencia por mi parte, le está introduciendo un dedo a Tony. Mete y saca el digital pene, soltando a la par un hilillo de saliva para lubricar la introducción de la broca. Saboreo la polla juvenil. Manjar de dioses. Paladeo el precum, noto el sabor de la orina, husmeo el aroma a esperma que sube del pubis de vello recortado. Mi hijo añade un segundo dedo. El muchacho gime, pero aguanta el tirón. Su rostro pálido está tomando color. Un tono rosado con muy buen aspecto.

Hago que mi nene se siente sobre el rostro de su amigo. Doy las instrucciones pertinentes para que su ano quede a la altura justa de la boca gordezuela. Luego le indico que se incline hacia adelante, hasta tomar contacto con la verga que masturbo. La toma entre sus manos. Allá atrás, Tony besuquea el esfinter de mi nene. Su lengua recorre con rapidez el trayecto escroto–ano, ano–escroto, hasta conseguir velocidades vertiginosas. Mi hijo ya ha tomado con su boca sensual el pollón sureño, y siguiendo las instrucciones que le doy en voz baja, ya lo tiene albergado hasta el esófago. El sesenta y nueve está en marcha. Tomo posiciones entre los muslos del muchacho. Mi polla necesita actividad. Doy unas últimas caricias al ano juvenil. Apoyo el glande sobre el agujero, a la par que mi hijo también ha decidido lamerlo un poco,con lo que la lengua de mi hijo toma contacto electrizante con mi bellota. Apenas unos segundos, pero que me han hecho experimentar una sensación...distinta. Noto que Tony necesita carne en su agujero, y lo complazco mediante una penetración pausada, morosa, cálida, morbosa...

– Mira, hijo, mira. Así debes hacerlo.
– Sí papá.
Y mi hijo observa, a escasos centímetros de su rostro, como mi paternal verga se folla a su amigo. Noto como está excitado. Las caricias linguales de Tony, la visión de mi verga entrando y saliendo del ano del chico...

– ¿Puedo...papá? –su ruego me pilla de improviso. Ya tiene la mano a escasos milímetros de mi nabo. Adivino lo que quiere hacer, y ...consiento.
– Bien. Tómala.

Su mano de dedos largos abarca mi verga. Otra vez noto el escalofrío que recorre mi columna. La dureza de mi carne se multiplica por mil. La mano se demora apartando el prepucio, pasando un dedo por la amoratada cabeza de ojo lacrimoso.
– ¡Mmmmmm! –no puedo evitar el gemido que sale de lo más hondo de mi garganta.

Tony le está comiendo el culo a mi hijo a base de bien. A la vez, su ano se dilata y se contrae, esperando la ración de rabo que le está siendo esquilmada. Mi hijo tiene piedad y arrima mi verga con su propia mano hasta el amigable agujero. Empujo y la carne se incrusta dentro de la carne. He sido algo brusco. Tony se queja, pero culea pidiendo un poquito más de dolor y un mucho más de placer.

– Papá...
– Dime hijo.
– Creo que...tengo ganas de correrme.

No me extraña. En la alcoba se respira un ambiente que va más allá del sexo “normal”. Hay un algo de prohibido, de morboso, que nos está poniendo a los tres a punto de caramelo.

– ¡Date la vuelta y siéntate sobre el pecho de Tony! – mi voz es suave pero enérgica.

Mi hijo cabalga adelantando las caderas para que su amigo pueda atraparle el falo, para que pueda prodigarle una de sus mamadas antológicas. Yo sigo enculando a Tony, a la par que le pajeo el vergajo con mano firme. Con la otra mano sujeto el hombro de mi nene. Bajo la palma por su columna. La polla de mi hijo está inmersa en la garganta del chaval, y la mía recorre los intestinos en busca de la famosa próstata. Ahora estamos en silencio. Las respiraciones son entrecortadas. Mi mano ha llegado hasta las filiales nalgas.
Un calor extremo nos hace sudar la gota gorda. Mi hijo toma de las orejas a su amante para poder imponerle el ritmo de la mamada. Tony menea sus caderas y espolea sus talones contra mis nalgas, intentando atraerme más hacia sí, pidiendo más y más del jarabe de falo que le estoy dando.

En lontananza se adivinan los orgasmos. ¿Cuántos son? De momento dos. La lefa me hierve en los cojones. Huevos redondos y deseables, según me han dicho los que los han visto. El esfinter de Tony aprieta como un anillo de oro mi verga de hierro. Su ano es puro fuego. Mi hijo se está quejando. En el último minuto meto mi dedo por su culo, con suavidad y presteza calculadas, buscando el botón del placer supremo. Un gemido, un grito, un alarido. Tres chorros de esperma que salen hirviendo. El mío queda albergado en las profundidades anales del muchacho malagueño. Hasta mi rostro llega el surtidor ardiente del pollón de Tony. Y, por fín, como leche condensada, dulce, tibia y primeriza, la lefa de mi hijo choca contra la garganta de su amigo, llenándola, rebosándola, atragantándola.

Rebozados en semen, sudorosos, felices, medio muertos de gusto. Derrengados.
Ante mis ojos, el ojete de Tony va expeliendo gotitas de mi esperma. Los muchachos se besan intercambiando fluidos. Las respiraciones se tranquilizan. Incluso llegamos a dormitar un poco.
Me despierto con un bostezo. Dejo a la pareja enlazada sobre la cama y bajo a la cocina para preparar un tentempié. El gazpacho está riquísimo, así que pongo una jarra con unas tazas. También preparo tomate restregado sobre pan, con un toque de ajo, chorreón de aceite y unas lonchas de jamón serrano. Antes de entrar ya oigo el movimiento. Mi nene está aprovechando mi lefa para darle una buena enculada a su amiguito. Lo tiene a cuatro patas, con los cojones colgando como cabezas de ajo y la verga gruesa y dura como un pepino. Tony tiene los ojos cerrados, los labios entreabiertos, la respiración entrecortada. Mi chico ha aprendido la lección y le está dando un buen repasón a su amigo.

Dejo la bandeja sobre la otra cama, y aprovechando la boquita semiabierta del malagueño le restriego mi pija sobre sus labios. Mi nene arrecia en la enculada, con lo que la cabeza de Tony viene y va, con lo que me la mama sin apenas esforzarse.

Descansamos unos momentos. Tony se pone panza arriba y con los muslos flexionados. Les entrego una rebanada de pan con tomate a cada uno, y me siento sobre el vientre del chaval, metiéndome su espetón hasta los hígados. Hago un gesto de dolor. Hace demasiado tiempo que mi conducto está cerrado. Pero las manos de mi hijo entreabren mis nalgas, y sus yemas húmedas ayudan para suavizar la fricción. Paro unos instantes. Tony mordisquea un trozo de jamón, se limpia una migaja de la comisura de la boca y me mira con ojos chispeantes. Me inclino hacia él impelido por un deseo que me inunda de repente. Juntamos nuestras bocas con sabor vegetal y perfume a ajo.

Chupo su lengua de niño apenas destetado. Noto los labios de mi hijo besando mi rabadilla. Su lengua se atreve a algo más. Siento una violenta erección y no resisto el impulso de pajearme compulsivamente. Brinco sobre la polla superlativa del malagueño saleroso. Mi hijo lo está enculando con aires de profesional. Otra vez la máquina de vapores ardientes se pone en marcha. Chucu–chucu–chucu–chuuuuú. Tony recibe el nabo de mi nene en su túnel dilatado. Mi hijo lo encula sin quitarme las manos de encima, sobando mi pecho, retorciendo mis tetillas, jugando con mis pelotas saltarinas. Yo arrecio en mi paja, apretando el rabo que ya late con espasmos de corrida, mientras brinco en sentadillas deliciosas, metiendo hasta lo más profundo de mi ser la verga divina que, solamente hace unas horas, me hubiese conformado con mirar.

Y las leches salen a borbotones. Rebuznamos a la par, corriéndonos como sementales en celo, como perros salidos, como primates desquiciados. Mi semen es expelido en un arco triunfal que cae de pleno sobre la cara de Tony. Me aparto en el último segundo, y la lefa de Tony cae sobre mi espalda, sobre mi culo y mis riñones. Mi hijo la desparrama con las manos, masajeando mi carne y embadurnándola con el líquido tibio y pegajoso. También él saca la polla y termina corriéndose sobre los huevos de Tony, sobre la polla gigante, sobre el pubis de vello recortado. Aroma dulce, aroma acre, aroma de macho satisfecho.

Apenas tenemos tiempo de sorber un poco de gazpacho y ya estamos roncando. Me rebujo entre unos brazos jóvenes, de músculos tensos, de piel con apenas vello. Junto a mi nariz, una verga destila el último hilillo de semen viscoso. Mi mejilla descansa sobre unas nalgas espléndidas, pringosas de esperma. Una de mis manos repta hacia la regata prometedora, buscando el horificio del que mana el lefazo. En mi entrepierna, una boca se entretiene chupeteando mi verga con aire cansino.

El sueño me puede, pero todavía llego a percibir la cálida sensación de que mis pelotas están siendo cobijadas en el interior de una boca grande y de labios sensualmente gordezuelos.

Morfeo me acuna, pero yo me resisto a perderme estas sensaciones únicas. Quiero seguir enseñando, quiero seguir viviendo esta fantástica aventura, quiero seguir impartiendo esta lección magistral. Y con un suspiro inaudible, musito:

– Ven, hijo, y mira.




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