viernes, 27 de abril de 2012

Terminando la Obra

El trabajo de la construcción es uno de los más duros que existen. Muchas horas, esfuerzo físico continuo y siempre a expensas de las inclemencias climatológicas. Es un trabajo duro, pero también tiene sus satisfacciones. Esta historia es un botón de muestra.

La jornada de trabajo había sido agotadora. Más de 10 horas seguidas, parando apenas una hora para comer. Todo el mundo estaba deseando cambiarse y marcharse para casa porque al día siguiente había que madrugar. Poco a poco mis compañeros fueron abandonando la pequeña caseta en la que nos cambiábamos. Al final me quedé a solas con uno de los chicos polacos que trabajaban con nosotros desde hace 15 días. Tan siquiera sabía su nombre, porque los polacos apenas articulaban palabra en español y sólo nos comunicábamos por señas y alguna frase en inglés.

El chico tendría unos 25 años y era realmente robusto. Mediría aproximadamente 1,80 y pesaría unos 100 kilos. Llevaba el pelo muy corto, casi rapado y una perilla adornaba su rostro. Tenía 2 poderosos brazos que le permitían trabajar sin descanso. Pero a pesar de la dureza del trabajo, siempre estaba sonriendo y era el que más hacía bromas a sus compañeros.

Era la primera vez que estábamos los dos a solas. Yo no podía dejar de observarle mientras se desvestía. Su corpachón sudoroso rezumaba virilidad por todos sus poros. Su pecho era robusto como el de un toro y estaba cubierto por una fina capa de vello. Su vientre delataba las horas muertas que se había pasado bebiendo cerveza en algún mal de mala muerte. Pero también que había sido endurecido por las horas de trabajo en la obra. Todo aquello a mí me estaba poniendo muy cachondo. Tanto que un bulto cada vez mayor se empezó a dibujar en mis calzoncillos. El polaco se dio cuenta y me dedicó una de esas sonrisas que tanto me fascinaban. Aunque por un momento me quedé cortado, temiendo que su reacción no fuera la que a mí me gustaría, no dudé en devolverle la sonrisa. Y aún, empecé a acariciarme el paquete de forma ostensible. Aunque no habláramos el mismo idioma, no había duda de que ese gesto lo entiende cualquiera

Y el chicarrón pareció entenderlo muy bien. Con una de sus enormes manos empezó a restregarse el paquete por encima del blanco calzoncillo, mientras que con la otra comenzó a juguetear con uno de sus pezones. Lentamente se acercó a mí, sin dejar de sonreír. Sin mediar palabra, me agarró la cabeza y la acercó a su suculento paquete. Atrapé con mis dientes la parte superior de su prenda y tiré hacia abajo para liberar aquel enorme bulto de carne. Su colosal polla saltó hacia fuera, golpeándome la cara. Era una polla hermosa, gorda, circuncidada y con un formidable capullo rosado que pedía guerra. Acerqué mi lengua y empecé a saborearlo lentamente, con suaves lametones, que fueron haciéndose cada vez más intensos, hasta que introduje por completo el miembro en mi boca.

El fornido mocetón susurró algunas palabras en su idioma, palabras que no pude entender, pero por el dulce sonido que producían, indicaban que le gustaba lo que le estaba haciendo. Durante los siguientes 5 minutos me dediqué a degustar aquel delicioso manjar, como si no hubiera chupado una polla en mi vida, mientras el polaco jadeaba dulcemente. Al mismo tiempo que succionaba su miembro, mis dedos jugueteaban con sus enormes, peludas y duras pelotas.

De pronto, el polaco se sacó la polla de mi boca y se dio media vuelta, ofreciéndome su fenomenal trasero. Estaba cubierto por una fina de capa de vello oscuro y una profunda grieta se abría entre sus fornidas nalgas. Di un pequeño bufido de aprobación y, sin demora, agarré sus nalgas con ambas manos y tiré hacia fuera para abrir bien el camino. Un sonrosado agujero apareció entre la mata de pelo. Sin poder contenerme más, hundí mi cabeza en su trasero. El polaco rugió cuando mi lengua empezó a trabajar su culo. Le di unos cuantos lengüetazas antes de incrustar la punta en su agujero. El semental volvió a rugir y soltar algo parecido a una maldición en su idioma. Aquello me excitó aún más y empecé a mordisquear sus preciosas nalgas.

- Fuck me, fuck me, sir!.- Imploró el polaco, utilizando el poco inglés que sabía.

- ¡Ahora mismo te voy a perforar, cabrón!

Me puse de pies mientras el chicarrón se ponía a cuatro patas y apoyaba sus manos en la pared de la caseta.

- Abre bien las piernas, sino quieres te destroce ese hermoso culo.- le ordene, mientras le daba unos pequeños azotes en el culo para relajar los músculos. A continuación humedecía en la boca uno de mis dedos y se lo metí para ir abriendo el camino. El polaco estaba cada vez más ansioso y movía su culo de un lado a otro.

- ¡Quieto!.- y le solté una fuerte palmada para que se tranquilizara.- Pronto va a tener tu regalo.

Coloqué la punta de mi rabo, que estaba duro como una piedra, en la entrada de su culo y fui introduciéndolo poco a poco. El agujero estaba muy caliente y aunque se resistió un poco al principio, fue cediendo hasta que toda mi polla se alojo en su interior. El mocetón no rechistó durante toda la operación, pero por los jadeos de su respiración podía notar que le había dolido un poco.

Entonces empecé a cabalgarlo. Primero lentamente pero poco a poco fui acelerando hasta bombearlo como un poseso. Los dos sudábamos como cerdos pero no por ello disminuimos el ritmo. El chico soltaba palabras ininteligibles para mí en su idioma, palabras que me ponían cada vez más caliente y me impulsaban a follarlo con más fiereza si cabe.

Así estuvimos durante varios minutos, hasta que noté que un chorretón de leche caliente iba salir de mi dardo.

- ¡Voy a correrme, cabrón! ¡Te voy a empapar con toda mi leche!

El orgasmo y la eyaculación fueron una de las experiencias más salvajes que he tenido en mi vida. Solté todo mi semen dentro de aquel semental, en una corrida que no parecía tener fin. Yo por lo menos no quería que finalizase nunca. Pero si mi corrida fue increíble, la del polaco fue colosal. Una vez se hubo recuperado de mi follada se puso de pies delante de mí y después de manipular su tremendo tarugo durante unos pocos segundos, un potente chorro de leche salió de él. El chico se retorcía de gusto, mientras su caliente miel me empapaba por todos los lados: cara, hombros, pecho... mezclándose con mi sudor.

Cuando hubo terminado, me agarró con fuerza y unimos nuestras bocas en un beso inacabable. Nuestras lenguas se entremezclaron con voracidad, mientras yo me agarraba a aquel monstruo con fuerza.

Aquel día fui contento a casa, pero más contento volví al día siguiente a trabajar, pensando que probablemente al final de la dura jornada me esperaba un premio muy especial...



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