viernes, 27 de abril de 2012

Sentimiento Encerrado


No lo podía creer. Una vez mas la ingenuidad de Samuel lo metía en un buen lío, pero esta vez era demasiado gordo. Su jefe se aprovechó de él para firmar todas las facturas fraudulentas de su tienda, y el pobre Sam ni se había enterado. Ahora debía cumplir seis meses de condena por ser demasiado confiado. Todo el mundo se aprovechaba de él. Su gordita cara, adornada por una suave perilla que se unía al bigote, le daba una apariencia bonachona que incitaba a la gente a aprovecharse de su confianza. Tenia el pelo muy corto, y peinado de punta, y a pesar de tener ya 23 años no había crecido mucho. Sus escasos 167 cm era muy poca altura para albergar los 100 kilos que debía pesar. Pero el sobrepeso es algo que te preocupa cuando estas en el instituto, no cuando te llevan a la cárcel, como es el caso.


Por las miradas que los presos le lanzaban desde sus mesas en el comedor el pobre Sam se imagino que no dudaría mucho tiempo entre esa marea de clanes. Tenia gana de llorar, pero sabia que si se mostraba débil en un sitio como ese aun seria peor.


Tras la comida sacaron a los presos al patio. Nunca le había gustado mucho el deporte, así que simplemente intento arrinconarse en una esquina apartada en donde nadie percibiera su presencia. Aun así el calor y los nervios lo hacían sudar como un cerdo. Su idea de apartarse de la vista de los demás había sido buena, pero no tuvo los frutos que esperaba.


Un grupo de presos lo observaba fijamente desde el muro de enfrente, poniéndolo aún más nervioso. Eran todos bastante grandes (por no decir gordos) y fuertes, especialmente el que parecía su líder. Ese si que daba miedo: tenía las dos orejas perforadas por varios pendientes… unos aros bastante grandes. Tenía un piercing en la oreja, pero además le colgaba un aro entre las ventanas de la nariz, lo que le daba un aspecto de jabalí salvaje bastante aterrador. Llevaba una gorra de béisbol para ocultar su calvicie y tenía perilla. Sam no se dio cuenta de que estaba mirando fijamente al jabato, pero en cuanto alzo un poco la vista se encontró de lleno con sus ojos. El jabato se levantó y se dirigió hacia él, que temblaba, sudando todavía más si cabe… En ese momento el guardia dio la orden de entrar, y Sam desapareció como un rayo por la puerta del patio.


Sam llegó a los vestuarios y se quitó la ropa para ir a la ducha. En su brazo había un pequeño tatuaje de un lobo. Tenia pelo suave y muy fino, casi invisible, por todo el cuerpo, y más grueso rodeando los pezones, y también en el pecho, desde donde hacia una línea vientre abajo hasta llegar al ombligo, y seguía mas abajo hasta esconderse en la toalla. Se puso bajo el chorro de agua, que estaba bastante frío, y comenzó a frotarse. Estaba tan concentrado pensando en el jabato del patio que no se dio cuenta de que todo el mundo se fue de las duchas, excepto el grupo del jabato, que entraba en ese momento por la puerta. El guardia salió y cerró la puerta con llave. Dos de esos enormes presos empujaron a Sam contra la pared, casi esmagandolo, y el jabato se pegó a su espalda para hablarle al oído. Sam notaba la polla del preso rozándole el culo.
-Bueno, ahora tú decides ¿por las buenas o por las malas?


-Po… por las buenas.- Contesto Sam, temblando de miedo.


Los matones le dieron la vuelta, y Sam pudo ver bien al jabato. Era, si cabe, más gordo que él, y bastante peludo. Un autentico oso. Tenía una perilla parecida a la suya, y la cabeza totalmente rapada. En sus pezones relucían dos aros.


-Chúpamela.- dijo el jabato.


Sam estaba totalmente cortado, rodeado por todos los compañeros del osazo, que esperaban a que comenzara el espectáculo. Dos de ellos lo empujaron y lo pusieron de rodillas. Sam nunca había tenido sexo con un tío, ni siquiera con una tía, y esto le resultaba muy difícil. Se acerco al jabato. Estaba totalmente empapado en sudor. Se metió suavemente la flácida polla en la boca y comenzó a chupar. Movía suavemente la cabeza hacia delante y atrás, mientras notaba como se iba poniendo dura en su boca. En ese momento otro de los gordos se acostó ante Sam, y comenzó a chuparle la poya. Esto le sorprendió tanto, que por un momento paro de chupar, a lo que el jabato dio un fuerte golpe de cadera hundiéndosela bien adentro. En cuanto Sam siguió con el trabajo otros dos gordos se acercaron y comenzaron a lamerle los pezones.


Los demás presos que les rodeaban, y que no trabajaban en Sam, se dedicaban a cascársela contemplando el show. El jabato se agacho para dejarle los pezones ante la boca, y Sam jugo con su lengua entre los aros, tirando de ellos, y mordiendo los pezones. El jabato le besaba el cuello, y le pasaba las manos por el pelo, masajeando su cabeza, totalmente excitado. Sam notaba como su poya se ponía dura y expulsaba un fino hilillo blanco, mientras el oso de abajo le lamía las pelotas, introduciendo las dos en la boca y jugando con la lengua. El pobre Samuel se sentía avergonzado por ello, pero no podía negar que todo aquello le estaba gustando, y mucho. Bajo la cabeza lamiendo todo el pecho y la enorme y blanda barriga del jabato, introduciendo su lengua en el ombligo, ensalivándolo. Con esto el jabato decidió ir un poco más lejos.


- ¡A cuatro patas! – berreo.


Sus compañeros obedecieron inmediatamente cambiando la postura de Sam, pero en ningún momento dejaron de lamerle la polla y los pezones. El jabato le dio un largo y profundo beso en la boca a Sam, y se dirigió a su trasero. Era grande, rosado y fofo, y el jabato le dio una gran palmada para comprobarlo. Sam quería mirar hacia atrás para comprobar que hacia el jabato, pero cada vez que se intentaba mover los dos osazos que tenia bajo él le mordían fuertemente los pezones. El jabato le separo las nalgas para ver su ojete. Estaba muy apretado.


-Eres virgen, ¿no? – pregunto.


-Totalmente, pero no quiero que…


-Cerradle la boca. Contesto el jabato, a lo que uno de los presos que se la estaba cascando le metió la boca en la polla.


El jabato acercó la lengua al culo de Sam y comenzó a lamerlo, introduciéndola poco a poco. Sam noto algo frío en ella, y fue cuando se dio cuenta de que el jabato también tenia un piercing en la lengua. Cada vez que le introducía la lengua, cada vez más dentro, y la giraba jugando en su ano, notaba esa chincheta fría rozando contra sus paredes, y le producía un gran placer. El jabato apartó con la mano al chaval que suavemente le chupaba la polla a Sam, y se la agarro, frotándole suavemente el capullo con un dedo, y midiéndosela con el resto de la mano. Sam no la tenia muy grande, pero sí bastante gruesa. El jabato siguió masturbándolo suavemente mientras le comía el culo, intentando que no se corriera. Llegado un punto se acerco a su oído, besándolo por el camino por todo el costado, el pezón derecho, y el cuello, y le dijo:


-Llegó la hora de dejar de ser inocente en todos los sentidos.


Sam entendió perfectamente a que se refería, y se tiro al suelo cerrando las piernas para evitarlo. En su caída casi esmaga a los dos osazos que quedaban bajo él, que se apartaron como pudieron.


-¿Te nos vas a poner rebelde ahora? – dijo el jabato. Hizo una señal y miro a sus compañeros– Chicos…


Cuatro presos agarraron a Sam de brazos y piernas y lo levantaron en el aire, separando sus extremidades. El jabato se acercó a su culo, le separo las nalgas, e introdujo un dedo. Lo movía suavemente adelante y atrás, echo un escupitajo en el agujero, e introdujo otro dedo. Retorcía los dedos hacia un lado y otro, y los abría. Cada vez que separaba los dedos Sam apretaba los dientes. No estaba preparado para esto, su culo intentaba rechazarlo como podía. El jabato sacó los dedos, y apoyo la polla en su raja. Era gruesa, aunque no muy larga, pero suficiente para hacerle un buen daño a Sam. Introdujo el capullo lentamente, y cuando lo noto ya dentro, dio un fuerte golpe de cadera y lo introdujo casi entero. Con el golpe Sam se balanceo en los brazos de los osos, pegando un berrido de dolor. Ese sería el último, los demás eran gritos de placer. El jabato siguió dando embestidas descontroladas, agarrando a Sam por la barriga, inclinándose sobre él, untándolo en su sudor, mientras Sam se balanceaba entre los osos, que casi no podían aguantar con su peso en movimiento.


Sam sentía que estaba a punto de correrse, con su polla hinchada como pocas veces antes la había sentido. El jabato se la agarro por la base, apretando fuertemente, intentando evitar que se corriera. A Sam le dolía muchisimo y sentía cada vez más necesidad de correrse, como si estuvieran a punto de reventarle las pelotas, completamente hinchadas. Cuando el jabato noto que no podía mas soltó a Sam y se corrió dentro de su ano. Sam se sentía inundado de leche, mientras la suya caía en la boca de un par de presos que se peleaban bajo él, manchando sus caras en un intento por agarrarle la polla entre sus labios.. El jabato le chupaba la polla, ahora flácida, absorbiendo todo el jugo seminal que el pobre Sam segregaba. Cuando acabaron con él, el jefe jabato le abrazo fuertemente. Resbalaban piel con piel por el sudor del que estaban impregnados. Ayudo a levantarse a Sam, mientras lo besaba, de forma romántica en una situación tan brutal, y le decía al oído:


-Tranquilo. No tienes nada de que tener miedo en esta cárcel, porque estarás protegido… mientras me sigas haciendo favores de ese tipo.


Y los presos se fueron, dejando a Sam apoyado contra la pared, bajo la ducha. El joven osito casi no se aguantaba sobre sus piernas, totalmente untadas por el semen que chorreaba de su ojete, pero aun así sentía que había sido una experiencia increíble. Ese mismo día lo trasladaron a la celda del jabato, quien jamás lo volvió a compartir con sus compañeros, y Sam estuvo protegido como miembro del grupo de su amado jabato durante los seis meses que estuvo preso.


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